miércoles, 14 de mayo de 2014

La guerra de las investiduras

Querella de las Investiduras

El Papa Gregorio VIIsegún ilustración en un manuscrito de autor desconocido del siglo XI.
La querella de las Investiduras enfrentó a papas y reyes católicos del Sacro Imperio Germánico entre 1075 y 1122. La causa de dicho desencuentro era la provisión de beneficios y títulos eclesiásticos. Se puede resumir como la disputa que mantuvieron pontífices y emperadores del Sacro Imperio Germánico por la autoridad en los nombramientos en la Iglesia.

Origen

En 1073 es nombrado papa Gregorio VII. La primera medida que tomó ese mismo año fue la prescripción del celibato eclesiástico, es decir la prohibición del matrimonio de los sacerdotes.En el futuro los sacerdotes no podían tener hijos y por tanto no transmitirían en herencia directa sus posesiones y derechos.
Numerosos obispos, abades y eclesiásticos en general prestaban vasallaje a sus señores laicos debido a los feudos que éstos les otorgaban. Aunque un clérigo podía recibir un feudo común y corriente de igual manera que un laico, existían determinados feudos eclesiásticos que sólo podían ser entregados a los religiosos. Siendo territorios dominados por señores civiles que conllevaban derechos y beneficios feudales, su concesión era realizada por los soberanos mediante la ceremonia de la investidura. El conflicto surgía de la disociación de funciones y atributos que entrañaba tal investidura.
Por ser un feudo eclesiástico, el beneficiario debía ser un clérigo; si no lo era, cosa que sucedía frecuentemente, el aspirante era también investido eclesiásticamente, es decir, recibía simultáneamente los derechos feudales y la consagración religiosa. Según la doctrina de la Iglesia, un laico no podía consagrar clérigos, y de manera análoga, no podía otorgar la investidura de un feudo eclesiástico, atribución que tenía adjudicada el Sumo pontífice o sus legados.
Para reyes y emperadores, los feudos eclesiásticos, antes que eclesiásticos, eran feudos. Los clérigos feudatarios, además de clérigos, eran tan vasallos como los demás, obligados en la misma medida a servir a su señor, comprometidos a ayudarle económica y militarmente en caso de necesidad. Los monarcas no querían que el Papa les despojara de la facultad de investir a los destinatarios de aquellos feudos y de obtener, a cambio, el provecho inherente a la concesión feudal.
Se daba, además, la circunstancia de que en los dominios del emperador los clérigos feudales eran muy numerosos, y, además, eran un grupo que poseía cargos de confianza en la administración, fundamentales para la marcha del gobierno del emperador. Así, los monarcas hacían recaer los cargos eclesiásticos en parientes o amigos, es decir, personas que no necesariamente eran dignas de ser clérigos según las normas de la Iglesia. Por otra parte, muchos obispos, abades y clérigos no querían cambiar su situación de vasallos debido al riesgo de perder las prerrogativas de que disfrutaban en sus posesiones feudales.
Privar al emperador de su facultad de investir a los titulares de los feudos eclesiásticos equivalía a quitarle el derecho de nombrar a sus colaboradores y sustraerle buena parte de sus vasallos, los más leales, sus valedores financieros, los que le sustentaban militarmente. Todo esto era parte de la lucha entre los Poderes universales que se disputaban el dominio del mundo, el Dominium mundi.
A comienzos del siglo XI, ante un Papado impotente, el emperador Enrique III (1039-1056), dispensó multitud de cargos eclesiásticos.1 Tras la muerte de Enrique III surge un movimiento tendente a liberar al papado del sometimiento al imperio. En todo el mundo cristiano empieza a reivindicarse la libertad de la Iglesia para nombrar a sus cargos.
Al decreto papal de 1073 sobre el celibato, siguieron otros cuatro decretos dictados en 1074 sobre la simonía y las investiduras. Visiblemente, las miras de Gregorio VII eran políticas e iban encaminadas a minar la autoridad imperial del Sacro Imperio Germánico en particular, puesto que las disposiciones no se promulgaron ni en España, ni en Francia ni en Inglaterra. La reacción por parte de las autoridades civiles y de los mismos clérigos afectados fue virulenta, corriendo peligro en muchos casos la integridad personal de los legados vaticanos enviados para publicar y hacer cumplir los edictos del Pontífice.
Pero el Papa no suavizó sus métodos ni rebajó el tono de las amenazas. Muy al contrario, dictó nuevos decretos en 1075 (veintisiete normas compendiadas en los Dictatus papae) que repetían las prohibiciones de los decretos anteriores con mayor severidad en las penas, que alcanzaban a la excomunión, para quienes, siendo laicos, entregasen una iglesia o para quienes la recibiesen de aquéllos, aun no mediando pago.
Los veintisiete axiomas de los Dictatus papae se resumen en tres conceptos básicos:
  • El papa está por encima no sólo de los fieles, clérigos y obispos, sino de todas las Iglesias locales, regionales y nacionales, y por encima también de todos los concilios.
  • Los Príncipes, incluido el Emperador, están sometidos al Papa.
  • La Iglesia romana no ha errado en el pasado ni errará en el futuro.

La querella

Estas pretensiones papales le llevarán a un enfrentamiento con el emperador alemán en la llamada Disputa de las Investiduras, que en el fondo no es más que un enfrentamiento entre el poder civil y el eclesiástico sobre la cuestión de a quién compete el dominio del clero.
En efecto, Enrique IV no parecía dispuesto a admitir la menor merma en su autoridad imperial y se comportó con desdeñosa indiferencia hacia las prescripciones pontificias. Siguió invistiendo a obispos para cubrir las sedes vacantes en Alemania y, lo que fue más hiriente para la sensibilidad vaticana: nombró al arzobispo de Milán, cuya población había rechazado al designado por el papa. Gregorio VII recriminó al emperador su insolente actitud, le dirigió un nuevo llamamiento a la obediencia y le amenazó con la excomunión y la deposición. Por respuesta, Enrique IV convocó en Worms, en el año 1076, un sínodo de prelados alemanes que no se cohibieron en manifestaciones de vesánico odio hacia el pontífice de Roma y de abierta oposición a sus planes reformadores. Con el respaldo clerical expresado formalmente en el documento que recogía las conclusiones de la asamblea, en el que se dejaba constancia de desobediencia declarada al papa y se le negaba el reconocimiento como sumo pontífice, el emperador le conminó por escrito a que abandonara su cargo y se dedicara a hacer penitencia por sus pecados, a la vez que le daba traslado del acta del sínodo episcopal. La indignación en Roma superó cualquier límite. El concilio que se estaba celebrando en esas mismas fechas en la ciudad santa dictó orden de excomunión para Enrique IV y todos los intervinientes en el sínodo alemán, a lo que el papa añadió una resolución de dispensa a los súbditos del emperador del juramento de fidelidad prestado, lo declaraba depuesto de su trono imperial hasta que pidiese perdón, y prohibía a cualquiera reconocerlo como rey.

La humillación de Canossa

Humillación de Enrique IV ante el Papa para pedirle su perdón (Eduard Schwoiser, 1852).
El emperador Enrique IV delante del Papa Gregorio VII en Canossa (Carlo Emanuelle, c. 1630).
Con motivo de la publicación de la bula de excomunión contra el emperador, la nobleza opositora logró convocar en Tribur la Dieta imperial con la manifiesta intención de deponer al monarca, aprovechando además que los rebeldes sajones estaban de nuevo en pie de guerra. Enrique IV se vio en situación comprometida. Ante el peligro de que el papa aprovechara esta reunión para imponer sus exigencias, y amenazado además de deposición por los príncipes si no era absuelto de la excomunión, Enrique IV decide ir al encuentro del papa y obtener de él la absolución.
A principios de 1077 fue advertido el papa de que el emperador estaba en camino hacia Italia. No cuestionó las hostiles intenciones de éste y buscó refugio seguro en el inexpugnable castillo de Canossa, cerca de Parma. Pero Enrique no venía encabezando ningún ejército, sino como penitente arrepentido que imploraba el perdón del santo padre y que deseaba retornar al seno de la iglesia mediante el levantamiento de la excomunión. Llegó a Canossa el 25 de enero de aquel gélido invierno pidiendo ser recibido por su Santidad. Se cuenta que el papa demoró la entrevista por término de tres días, durante los cuales permaneció el humilde emperador descalzo y arropado con una simple capa a las puertas de la fortaleza. El papa, sorprendido por la inesperada actitud de su enemigo, vacilaba sobre la mejor forma de actuar: el sumo sacerdote no podía negar la absolución de sus faltas a un peregrino que se presentaba de aquella guisa dando muestra de humildad y contrición; pero, de hacerlo, Enrique IV se vería de nuevo reintegrado en la comunidad cristiana, confirmado en su trono con pleno derecho de ceñir la triple corona, y exento de cualquier tara que sirviera de argumento a sus enemigos para exigir su abdicación. No tuvo otra opción que perdonar y absolver, ennoblecido moralmente y derrotado políticamente.

Reactivación de la querella

El antipapa Clemente III (arriba en el centro) y el emperador Enrique IV (arriba a la izquierda) expulsan a Gregorio VII. Abajo se representa la muerte de Gregorio VII. La imagen está tomada del Códice Jenesis Bose q.6 (1157).
Al regreso de Enrique a Alemania, los partidarios de su cuñado Rodolfo de Suabia, reunidos en Forchheim (Baviera), proclamaron nuevo emperador a Rodolfo. Enrique IV quiso poner a prueba al papa y le exigió en tono altanero que excomulgara a Rodolfo de Suabia. Las relaciones se agriaron y el emperador volvió a proceder como ya lo había hecho en ocasión anterior: convocó un concilio de prelados alemanes en Bresanona que declaró desposeído de su dignidad pontificia a Gregorio VII y nombró en su lugar a un antipapa, al arzobispo de Rávena investido como Clemente III. La reacción del papa no se hizo esperar, e inmediatamente, en ese año de 1080, por un concilio celebrado en Roma depuso de su cargo imperial a Enrique IV, le fulminó con la excomunión y reconoció como legítimo rey a su cuñado Rodolfo.
Enrique IV se puso al frente de un poderoso ejército y marchó sobre Roma. Instalado en la ciudad santa, reunió en ella un concilio al que fue convocado Gregorio VII, pero éste no acudió, sabedor de que iba a ser juzgado y condenado. Su inasistencia no evitó su excomunión y destronamiento. En su lugar se colocó a Clemente III que se apresuró a coronar a Enrique IV y a su esposa Berta el 31 de marzo de 1084. Gregorio solicitó la ayuda del normando siciliano Roberto Guiscardo, quien puso en marcha sus huestes de aventureros, en su mayoría musulmanes, y las lanzó contra Roma. Enrique abandonó cautamente la ciudad que quedó a merced de aquellas hordas incontroladas. Se produjo un verdadero saqueo, intolerable para el pueblo romano, que se sublevó contra los valedores de la autoridad gregoriana. Fue la excusa para una salvaje represión sangrienta en la que sucumbieron millares de ciudadanos y la urbe quedó arruinada. Bajo la protección de semejante vasallo y escoltado por sus milicias musulmanas, Gregorio VII huyó de la Roma devastada y aceptó el asilo que Guiscardo le dispensó en Salerno, donde murió al año siguiente.
Tras un fugaz paso por la sede pontificia de Víctor III, fue designado papa en 1088 Urbano II. En Roma, no obstante, seguía instalado el antipapa Clemente III con sus partidarios. Urbano se propuso desalojar de la ciudad santa a su oponente, para lo que confió en sus vasallos sicilianos. En efecto, con el apoyo del ejército normando pudo abrirse paso hasta Roma en noviembre de 1088, donde hubo de librarse cruentas batallas entre las tropas del antipapa y las del papa para que éste pudiera por fin acceder a su legítimo trono. Una vez instalado en él, buscó la manera de derribar al emperador aglutinando en la poderosa Liga Lombarda las ciudades de Milán, Lodi, Piacenza y Cremona. Urbano II murió en 1099, sin haber podido doblegar a su personal enemigo Enrique IV.
Su sucesor Pascual II (Rainero Raineri di Bleda, o Bieda) ensayó sin resultado similares procedimientos a los empleados por sus antecesores en su pugna con Enrique IV. Éste moría en 1106 dejando en el trono imperial a su hijo Enrique V. La aparentemente dócil disposición del nuevo emperador hizo creer por un momento a Pascual II que tenía al alcance de su mano la ansiada solución a los vetustos problemas que padecía la cristiandad. Pero esa quimérica ilusión se desvaneció bien pronto. Enrique V no tardó en clarificar su posición: en el mismo momento en que se vio alzado al trono imperial envió emisarios a Roma para recordar al papa la ancestral prerrogativa del rey germánico de confirmar la elección de los obispos, tomarles juramento de fidelidad y entregarles las credenciales de su autoridad secular, o, dicho de otro modo, su facultad de investir a los prelados en sus feudos eclesiásticos. La lucha volvía a empezar y, como siempre, la excomunión del emperador fue la primera medida tomada en el concilio de Guastalla ese mismo año de 1106.

Cambio de actitud

No obstante, Pascual II, en un acercamiento a la realidad, comenzó a percibir lo exagerado de las pretensiones de Gregorio VII y lo difícil de mantener aquellas exigencias, por lo que se fue mostrando receptivo a determinadas iniciativas que proponían la renuncia de los clérigos a la posesión de cualesquiera bienes materiales de concesión real, en el entendimiento de que habría de bastarles para su sustento con los diezmos y las limosnas de los fieles. A Enrique V no podía ofertársele una mejor solución, pues ella suponía la apropiación de todo el patrimonio de la iglesia germánica, por cuyo precio estaba dispuesto a renunciar a su privilegio de sancionar la elección de los cargos eclesiásticos que, en lo sucesivo, no ostentarían ningún poder territorial.
Con intención de acelerar un final satisfactorio para sus intereses, Enrique penetró en Italia en 1110 al frente de un ejército intimidador. Sus enviados a parlamentar con el papa y sentar las bases de la coronación imperial, firmaron con éste el concordato de Sutri (Viterbo), por el que se pactaba el abandono por parte del emperador de sus supuestos derechos de investidura a cambio de la entrega por parte del clero de sus bienes territoriales. Una vez en Roma, se dispuso todo para que Enrique V recibiese de manos del pontífice la corona del Sacro Imperio el día 12 de febrero de 1111. Llegado el momento, estando para iniciarse la solemne ceremonia en la basílica de San Pedro, se hizo público el contenido del tratado suscrito entre el papa y el emperador. Cuando los prelados, abades y demás dignatarios eclesiásticos conocieron que la paz se compraba con sus bienes se desató la cólera de los afectados de forma tan tumultuosamente amenazadora que Pascual II no pudo proseguir con la lectura del documento ni proceder a la coronación del emperador. Éste, por su parte, estaba resuelto a forzar el cumplimiento de lo pactado y, a tal fin, hizo que las tropas desalojasen el templo y redujo a prisión a los cardenales.
Cautivo de Enrique, Pascual II no tuvo otra opción que doblegarse a los imperativos de aquél y, cediendo a sus presiones, le coronó pomposamente, no sin antes haber firmado un nuevo documento por el que se reconocía al emperador el derecho de investidura «por el báculo y el anillo», esto es, en toda su plenitud, con la sola limitación de que no mediara contraprestación simoníaca. Recobrada la libertad, y ante los apremios, esta vez, de los burlados cardenales, el Papa denunció el tratado suscrito bajo coacción y violencia y excomulgó al emperador.
La querella de las investiduras, que por un fugaz momento pareció llegar a su fin, se intensificó si cabe. Pascual II murió en 1118 sin haber avanzado en el camino de la solución.

El fin de la querella

En 1117 se sitúa al frente de la iglesia Calixto II, papa de origen francés y a quien hay que atribuir el éxito en la anhelada conclusión de la querella de las investiduras. El inicio de su pontificado no presagiaba aquel buen final, pues una de sus primeras medidas consistió en revocar la facultad de investidura arrancada coactivamente por Enrique V a Pascual II, lo que dio lugar a renovadas tensiones. No obstante, sea porque cundiese en ambas partes la fatiga por tan prolongada lucha, o porque finalmente se impusiera la razón, el 23 de septiembre de 1122 se firmó el Concordato de Worms, ratificado un año después por el concilio ecuménico de Letrán. Por aquel protocolo se establecía un acuerdo entre la santa sede y el imperio, según el cual correspondería al poder eclesiástico la investidura clerical mediante la entrega del anillo y el báculo y la consagración con las órdenes religiosas, mientras que al estamento civil se le reservaba la investidura feudal con otorgamiento de los derechos de regalía y demás atributos temporales. Los así investidos se debían al papa en lo religioso y al soberano laico en lo civil. Al emperador se le reconocía además la potestad de asistir a la elección de los cargos eclesiásticos y de utilizar su voto de calidad cuando no hubiese acuerdo entre los electores. Como las presiones que se ejercían sobre los capítulos de las catedrales y abadías eran muy fuertes en la elección de un determinado candidato, lo que dificultaba la obtención del quórum necesario, al final acabó siendo con harta frecuencia el emperador quien impuso su arbitraje.


El concilio de trento

ontexto histórico

Desde 1518, los protestantes alemanes reclamaban la convocatoria de un concilio alemán, y el emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico intentaba cerrar las diferencias entre católicos y reformistas para hacer frente a la amenaza turca. En la Dieta de Worms (1521) se intentó zanjar las disputas, pero sin éxito: Martín Lutero (a quien Carlos V permitió que fuera convocado a dicha Dieta) acusó a Roma de ejercer la tiranía, y el Emperador se comprometió por escrito a defender la fe católica, incluso con las armas. En las Dietas posteriores, los príncipes alemanes, tanto protestantes como católicos, continuaron insistiendo en un concilio.
En vista de la situación hubo grandes presiones del emperador sobre el papa Clemente VII para que lo convocara, a lo que éste se resistía. Al cabo de un tiempo, en 1529, Clemente VII se comprometió a ello, pero la oposición del legado papal en la Dieta de Augsburgo de 1530 retrasó de nuevo el proyecto. Sin embargo, el principal responsable de que no se llegara a convocar fue la férrea oposición del rey Francisco I de Francia, ya que para que el concilio tuviese éxito era necesaria la aprobación de la mayoría de los monarcas.
Desde antes de esta crisis extrema, la iglesia había intentado mejorar. Se pueden mencionar a los cardenales Francisco Jiménez de Cisneros y Pedro González de Mejía o al arzobispo de Granada Hernando de Talavera, que en el siglo XV, durante el reinado de los Reyes Católicos en España se dedicaron a mejorar la moral de la institución, nombrando obispos de grandes cualidades y fundando establecimientos educativos. En Italia, se había creado una asociación de seglares piadosos y clérigos, llamada el Oratorio del Amor Divino, que inició sus actividades secretas en 1517, sobre la base del amor al prójimo. Estos intentos, sin embargo, no bastaban. En Alemania se destacó la labor del obispo Nicolás de Cusa.
Fue Pablo III, que había vivido las luchas en Italia, quien asumió el compromiso de unificar a los católicos, logrando la reunión de un Concilio, después de que varios Papas lo hubieran intentado sin éxito. Al principio fue admirador del humanista cristiano Erasmo de Rotterdam y vio factible una posible reconciliación con los protestantes, pero luego acabó desechando esa posibilidad.

Convocatoria

Pablo III intentó reunir el concilio primero en Mantua, en 1537, y luego en Vicenza, en 1538, al mismo tiempo que negociaba en Niza una paz entre Carlos V y Francisco I. Tras diversos retrasos, convocó en Trento (Italia) un Concilio General de la Iglesia el 13 de diciembre de 1545, que trazó los alineamientos de las reformas católicas (luego conocidas como Contrarreforma). Se contó con la presencia de veinticinco obispos y cinco superiores generales de Órdenes Religiosas. Las reuniones, que sumaron en total 25, con suspensiones esporádicas, se prolongaron hasta el 4 de diciembre de 1563.
El espíritu e idea del concilio fue plasmada por la gestión de los jesuitas Diego Laínez, Alfonso Salmerón y Francisco Torres. La filosofía le fue inspirada por Cardillo de Villalpando y las normas prácticas, sobre sanciones de conductas, tuvieron como exponente principal al obispo de Granada, Pedro Guerrero.
En este concilio, que culminó bajo el mandato del Papa Pío IV, se decidió que los obispos debían presentar capacidad y condiciones éticas intachables, se ordenaban crear seminarios especializados para la formación de los sacerdotes y se confirmaba la exigencia del celibato clerical. Los obispos no podrían acumular beneficios y debían residir en su diócesis.
Se impuso, en contra de la opinión protestante, la necesidad de la existencia mediadora de la iglesia, como Cuerpo de Cristo, para lograr la salvación del hombre, reafirmando la jerarquía eclesiástica, siendo el Papa la máxima autoridad de la iglesia. Se ordenó, como obligación de los párrocos, predicar los domingos y días de fiestas religiosas, e impartir catequesis a los niños. Además debían registrar los nacimientos, matrimonios y fallecimientos.
Reafirmaron la validez de los siete sacramentos y la necesidad de la conjunción de la fe y las obras, sumadas a la influencia de la gracia divina, para lograr la salvación, restando crédito a Lutero que sostenía que el hombre se salva por la fe y no por las obras que realizase. También se opuso a la tesis de la predestinación de Calvino, quien aseguró que el hombre está predestinado a su salvación o condena. En refutación a esa idea, la iglesia sostuvo que el hombre puede realizar obras buenas, ya que el pecado original no destruye la naturaleza humana, sino que solamente la daña.
Los santos fueron reivindicados al igual que la misa, y se afirmó la existencia del purgatorio. Para cumplir sus mandatos, se creó la Congregación del Concilio, dándose a conocer sus disposiciones a través del “Catecismo del Concilio de Trento”.
Se reinstauró la práctica de la Inquisición, que había surgido en el siglo XIII, para depurar a Francia de los herejes albigenses. Ya restablecida en España desde el año 1478, se propagó por varios países europeos bajo la denominación de Santo Oficio, que usó la tortura para obtener confesiones. Si ese método no daba los resultados esperados, de arrepentimiento del hereje, éste quedaba en manos del poder civil, que lo condenaba generalmente a la muerte en la hoguera. El protestantismo debió soportar la Inquisición en varios países, pero fue principalmente efectiva en España, Italia y Portugal.
También creó el Índice, en 1557, por el cual se estableció una censura contra la publicación de pensamientos que pudieran ser contrarios a la fe católica, quemándose muchos libros considerados heréticos.
Posteriormente al Concilio, en 1592, se publicó una edición definitiva de la Biblia, sosteniéndola como fuente de la revelación de la verdad divina, pero otorgando también dicho carácter a la Tradición, negándose su libre interpretación, al considerar a ésta una tarea del Papa y los obispos, herederos de San Pedro y los apóstoles, a quienes Cristo les asignó esa misión.

Desarrollo

Finalmente se convocó un concilio difícil y con continuas interrupciones, en el que se pueden distinguir hasta tres periodos con tres Papas diferentes: Pablo III, Julio III y Pío IV.
Pablo III siempre había sido muy favorable, como cardenal, a la celebración de un concilio general, que finalmente convocó para mayo de 1537 en la ciudad de Mantua. Pero sufrió sucesivos aplazamientos y cambios de lugar por variados motivos:
  • La mayoría de los prelados se mostraban reacios a celebrar un concilio en aquel momento.
  • Los príncipes alemanes protestantes, reunidos en la ciudad de Esmalcalda en 1535 (la Liga de Esmalcalda), cambiaron de estrategia y también se opusieron.
  • Los impedimentos puestos por Enrique VIII de Inglaterra y, sobre todo, por Francisco I de Francia.
  • El progresivo distanciamiento de Carlos I y el papa Pablo III. Los dos monarcas cristianos más importantes de aquel momento, Carlos I y Francisco I, estaban continuamente enzarzados entre ellos en disputas y conflictos militares. El monarca francés tenía una actitud cambiante y ambigua frente al Papa, la amenaza turca y los protestantes, mientras que Carlos I se mostró claro y decidido en estos temas. A pesar de ello, el Papa siempre aparecía neutral en sus disputas, lo que irritaba profundamente al emperador.
Finalmente, el 13 de diciembre de 1545 se pudo declarar abierto el concilio en la ciudad de Trento. En marzo de 1547 se trasladó a Bolonia debido a una plaga, aunque parte de los obispos se negaron a desplazarse. Tras varias disputas se acabó prorrogando de manera indefinida en septiembre de 1549. Pablo III murió en noviembre de 1549.
Julio III, nombrado Papa en 1550, entabló inmediatamente negociaciones con Carlos I para reabrir el concilio, lo que tuvo lugar en Trento el 1 de mayo de 1551, pero apenas se celebraron unas pocas sesiones. El elector Mauricio de Sajonia, aliado de Carlos I, lanzó un ataque furtivo sobre éste. Tras derrotar a las tropas imperiales, avanzó sobre el Tirol, con lo que puso en peligro a la propia ciudad de Trento. Esta amenaza provocó una nueva interrupción en abril de 1552. Julio III murió en 1555.
Tras el corto papado de Marcelo II (23 días), fue elegido Pablo IV en 1555. Llevó a cabo reformas en la Iglesia, pero no convocó la continuación del concilio. Carlos I de España abdicó en 1556 y dividió sus estados entre su hijo Felipe (Felipe II de España) y su hermano Fernando de Austria.
Pío IV fue elegido Papa en 1559 y se mostró en seguida dispuesto a proseguir el concilio. Sin embargo, Fernando I y Francisco I preferían un concilio nuevo en una ciudad diferente a Trento y, además, los protestantes se oponían frontalmente a un concilio. Tras nuevos retrasos se reabrió el 18 de enero de 1562 y ya continuó hasta su clausura el 4 de diciembre de 1563. Constituye el periodo conciliar más importante de los tres.
El Emperador intentó, al igual que hizo en su momento con la Dieta de Worms, que estuvieran representadas todas las partes, incluyendo a los protestantes, para que el concilio fuese verdaderamente ecuménico. Reiteró las invitaciones a los protestantes en los tres periodos y les ofreció salvoconductos. Sin embargo, sólo tenían derecho de palabra; al haber sido excomulgados, no tenían derecho a voto. Esto, unido a las frecuentes escaramuzas militares y al complicado mapa político alemán, hizo que finalmente no acudiesen delegados protestantes.
El número de asistentes varió considerablemente entre los tres periodos. Los nombres que merecen destacarse por sus contribuciones son Domingo de Soto O.P., Diego Laínez S.J., Alfonso Salmerón S.J., Reginaldo Pole, Jerónimo Seripando O.S.A., Melchor Cano O.P. y Johannes Azra. Los teólogos y prelados españoles e italianos fueron los más importantes, tanto por su número como por la influencia que ejercieron.

Metodología del Concilio

Trento tuvo una actitud de apertura a escuchar las distintas escuelas teológicas; es decir, no es cierto que el concilio se cerrase al pluralismo teológico. El concilio de Trento abordará dos temas fundamentales:
Una sesión del Concilio de Trento en Santa María Maggiore.
1. Los fundamentos de la fe donde se contiene la revelación. Los protestantes dirán que el único principio de la fe es la Sola Scriptura, pero esto no lo pueden admitir los católicos por ir contra el Magisterio de la Iglesia. Por tanto, Trento promulga un Decreto sobre los libros sagrados y las Tradiciones. ¿Dónde se contiene la revelación? El concilio afirma que se contiene in libris scriptis et sine scripto traditionibus. ¿Cuál es la relación entre Escritura y Tradición?, es decir, ¿se contiene la revelación como parte en la Sagrada Escritura y parte en la Tradición? El concilio no se pronuncia. La primera redacción del decreto decía partim... partim, pero esto se sustituyó por un et en la redacción definitiva.
2. ¿Qué tradiciones son éstas? Para los protestantes son creaciones humanas/costumbres eclesiásticas. El concilio dice que se trata de las Traditiones tum ad fidem tum ad mores pertinentes (tradiciones relativas a la fe o las costumbres). El problema son las tradiciones pertenecientes ad mores /costumbres o a los fundamentos del actuar cristiano. ¿Contienen las costumbres eclesiásticas la Revelación? ¿Pertenecen a la Tradición constitutiva de la Revelación? El concilio no detalla más.
El problema está en distinguir qué elementos pertenecen a las tradiciones eclesiásticas y qué elementos a la Tradición constitutiva. Hay, pues, que interpretar.

Acuerdos adoptados en las sesiones

Sesiones I y II: Celebradas el 13 de diciembre de 1545 y el 7 de enero de 1546, respectivamente. Cuestiones preliminares y orden del concilio.
III: Celebrada el 4 de febrero de 1546. Se reafirmó el Credo Niceno-constantinopolitano.
IV: Celebrada el 8 de abril de 1546. Aceptación de los Libros Sagrados y las tradiciones de los Apóstoles. Se declararon la Tradición y las Sagradas Escrituras como las dos fuentes de la revelación. La Vulgata se consideró la traducción aceptada de la Biblia.
V: Celebrada el 17 de junio de 1546. Decreto sobre el Pecado original.
VI: Celebrada el 13 de enero de 1547. Decreto de la Justificación en 16 capítulos (se reafirmó el valor de la fe junto al de las buenas obras). Cánones sobre la justificación. Ésta fue la sesión más importante del primer período.
VII: Celebrada el 3 de marzo de 1547. Cánones sobre los sacramentos en general. Cánones sobre el sacramento del bautismo. Cánones sobre el sacramento de la confirmación. Reforma de pluralidades, exenciones y asuntos legales del clero.
VIII: Celebrada el 11 de marzo de 1547. Se acepta el traslado a Bolonia para huir de la peste.
IX: Celebrada el 21 de abril de 1547 en Bolonia. Prórroga de la sesión.
X: Celebrada el 2 de junio de 1547 en Bolonia. Prórroga de la sesión.
Suspensión del concilio por el papa.
XI: Celebrada el 1 de mayo de 1551. Continuación del concilio.
XII: Celebrada el 1 de septiembre de 1551. Prórroga.
XIII: Celebrada el 11 de octubre de 1551. Decreto y cánones sobre el sacramento de la Eucaristía. Reforma de la jurisdicción episcopal y de la supervisión de los obispos.
XIV: Celebrada el 25 de noviembre de 1551. Doctrina y cánones sobre el sacramento de la penitencia y la extremaunción.
XV: Celebrada el 25 de enero de 1552. No se toman decisiones.
XVI: Celebrada el 28 de abril de 1552.
Acuerdo de suspensión del concilio.
XVII: Celebrada el 18 de enero de 1562. Reapertura del concilio.
XVIII: Celebrada el 26 de febrero de 1562. Necesidad de una lista de libros prohibidos.
XIX: Celebrada el 14 de mayo de 1562. Prórroga.
XX: Celebrada el 4 de junio de 1562. Prórroga.
XXI: Celebrada el 16 de julio de 1562. Doctrina y cánones sobre la comunión bajo las dos especies y la comunión de los párvulos. Reforma de la ordenación, el sacerdocio y la fundación de nuevas parroquias.
XXII: Celebrada el 17 de septiembre de 1562. Doctrina acerca del santísimo sacrificio de la Misa. La Eucaristía se definió dogmáticamente como un auténtico sacrificio expiatorio en el que el pan y el vino se transformaban en la carne y sangre auténticas de Cristo. Reforma de la moral del clero, la administración de fundaciones religiosas y los requisitos para asumir cargos eclesiásticos.
XXIII: Celebrada el 15 de julio de 1563. Doctrina y cánones sobre el sacramento del orden (la ordenación). Jerarquía eclesiástica. Obligación de residencia. Regulación de los Seminarios.
XXIV: Celebrada el 11 de noviembre de 1563. Doctrina sobre el sacramento del matrimonio1 . Se reafirmó la excelencia del celibato. Reforma de obispos y cardenales.
XXV: Celebrada los días 3 y 4 de diciembre de 1563. Decreto sobre el purgatorio. Se reafirman la existencia del purgatorio y la veneración de los santos y reliquias. Reforma de las órdenes monásticas. Supresión del concubinato en eclesiásticos. Se dejó al Papa la tarea de elaborar una lista de libros prohibidos, la elaboración de un catecismo y la revisión del Breviario y del Misal. De la Trinidad y Encarnación (contra los unitarios). Profesión tridentina de fe. Clausura del concilio.

Comentarios f

el concordato de worms

El Concordato de Worms fue un acuerdo político entre el emperador alemán Enrique V y el papa Calixto II, firmado en el año 1122, que supuso el final de la Querella de las investiduras.
Las diferencias entre el papa y el emperador Enrique V fueron limándose hasta que por mediación del obispo Lamberto de Ostia, el papa y el monarca alemán llegaron a un acuerdo siguiendo el modelo aplicado para Inglaterra en el concordato de 1107: fue el llamado Concordato de Worms de 23 de septiembre de 1122. Ratificado un año después por el Concilio de Letrán I.
Por este acuerdo, el emperador renunciaba a las investiduras por el báculo y el anillo y aceptaba la libre elección de los obispos por el capítulo de la catedral. De este modo correspondía al poder eclesiástico la investidura clerical mediante la entrega del anillo y el báculo y la consagración con las órdenes religiosas, mientras que al estamento civil se le reservaba la investidura feudal con otorgamiento de los derechos temporales de regalía y demás atributos seculares. Los así investidos se debían al papa en lo religioso y al soberano laico en lo civil.
No obstante, en el seno del Imperio se produjeron diferencias. En Alemania, al emperador se le reconocía además la potestad de asistir a la elección de los cargos eclesiásticos y de utilizar su voto de calidad cuando no hubiese acuerdo entre los electores. Como las presiones que se ejercían sobre los capítulos de las catedrales y abadías eran muy fuertes en orden a la elección de un determinado candidato, lo que dificultaba la obtención del quórum necesario, al final acabó siendo con harta frecuencia el emperador quien impusiera su arbitraje. Una vez elegido el candidato, se producía la investidura feudal antes de la consagración. En Italia y Borgoña, las elecciones episcopales eran completamente libres y al sexto mes de la consagración el obispo debía ir a recibir la investidura feudal del emperador.
El emperador se comprometió también a restituir a la Iglesia de Roma los bienes que le habían sido arrebatados en tiempos de la Querella y a ayudar al Papa cuando fuera requerido para ello.
El Concordato de Worms permitió al papado asumir el liderazgo de la reforma en Europa, marcado en los concilios de Letrán I (1123), Letrán II (1139) y Letrán III (1179) y en la compilación de normas canónicas en el Decretum Gratiani.

el papado en la edad media

La primacía religiosa del Papado
Papado en la Edad Media. En la imagen, el papa español del siglo XV, Alejandro VIYa durante el Bajo Imperio romano asistimos a la popularización de las tendencias monoteístas, e incluso, en filosofía, de la mano de los neoplatónicos Plotino y Porfirio, de monismo: Así, "el Uno, Dios transcendente, se manifiesta y actúa a través del Demiurgo para crear y gobernar el mundo [...]". Lo mismo que hay un único Dios a la cabeza del Universo, (fuera Júpiter, el Sol Invicto o el Dios cristiano), así en la tierra, el emperador es cabeza suprema: el emperador, «investido de la imagen de la monarquía celeste, levanta su mirada hacia lo alto y gobierna regulando los asuntos del mundo (imitando) la soberanía del soberano celeste. Al rey único sobre la tierra, corresponde el Dios único en el Cielo".
Dado que Dios le había dado el poder, era Dios quien actuaba a través del emperador, por lo cual, el origen de las actuaciones del emperador estaba en Dios, de manera que el emperador podía incluso intervenir en el gobierno de la Iglesia. El emperador era el vicario de Dios, mediador entre Dios y los hombres, según la doctrina imperial.
Sin embargo, la Iglesia había sido fundada, no por la voluntad humana, sino por la divina. Si la Iglesia era un cuerpo corporativo y con personalidad jurídica que debía ser orientado y gobernado, se precisaba entonces de una cabeza: ¿Cuál sería esa cabeza?; Según el Evangelio de San Mateo (16, 18 -19), Cristo le dice a Pedro, "Y yo te digo a ti que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia" y "Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos". Pedro, así, habría recibido poderes directamente de Cristo, convirtiéndose en pastor y cabeza de la Iglesia (Pedro, apacienta a mis ovejas, San Juan, 21, 17-18). Según la Carta a los Corintios escrita por Clemente I (91 - 101) , éste habría recibido, en Roma, del propio Pedro, la consagración como papa18. Siguiendo el principio romano de sucesión universal, todo papa recibe del anterior la potestas ordinis, - que comprende el cargo eclesiástico -, pero los poderes, las funciones gubernamentales, la potestas jurisdictionis, la reciben directamente de San Pedro, de manera que el Papa es un vices Christi.
Papa Clemente I
En su función de pontífice y en virtud del principio jurídico romano del derecho de sucesión, el Papa se equipara a Pedro al tener la consortium potentiae, es decir, al existir una asociación de poder entre Cristo y Pedro-papa: Es Cristo quien ha dado a Pedro, y a sus sucesores, el poder de atar y desatar en el Cielo y la Tierra, por lo cual es él el auténtico pontífice, el intermediario entre Dios y los hombres. Dios distribuye el poder, dándoselo a Pedro que es piedra sobre la que se apoya la Iglesia, de manera que la comunidad de creyentes no es la que da el poder al Papa, sino que el Papa la recibe de Dios, siendo la comunidad la que depende de él.
Por su parte, durante el pontificado del Papa Alejandro I (109 - 116), San Ignacio de Antioquia dirigió una epístola a la Sede apostólica en la que se señala que Eoma "está puesta a la cabeza de la caridad", de lo que se dedujo que a la sede romana le correspondía ser cabeza de la Iglesia, si bien, será en tiempos de San Víctor I (189 - 198), cuando quede sentado el principio de que, en cuestión de fe y de costumbres, es a Roma a la que corresponde resolver las cuestiones, llegando a excomulgar a las iglesias de Asia Menor por seguir celebrando la Pascua de Resurrección el 14 de Nissam, ignorando lo prescrito por el papa Aniceto (155-166), respecto a las fechas de celebración de la misma. Inocencio I (401 - 440), reivindicará para el obispo de Roma el papel de árbitro en las disputas entre obispos, papel preeminente que León Magno (440 - 492) logrará consolidar, especialmente, tras disuadir a Atila de saquear Roma. Tenemos, en definitiva, que a lo largo de la Antigüedad tardía, la posición del Papado se ha ido reforzando, tanto desde el punto de vista eclesial, como político.
Relaciones entre el Papado y el poder civil
Ya desde los primeros tiempos, la literatura cristiana contemplaba la existencia de dos poderes distintos, uno terreno, el emperador, y otro supraterreno, el de Dios. Así, en una oración por el poder civil del año 96, atribuida al Papa Clemente I, se afirma que es Dios el que ha dado a los emperadores la potestad del gobierno, que es el Señor quien otorga la «dignidad, gloria y virtud sobre todas las cosas de la tierra» y ruega dé a los cristianos «docilidad para obedecer en tu Nombre, que es Santo y Todopoderoso, a nuestros gobernantes y jefes sobre la tierra» Efectivamente, los autores cristianos, basándose en la respuesta que da Jesucristo a Pilatos,  «no tendrías ningún poder sobre mí si no te hubiera sido dado de lo alto», van a concluir que el poder es concedido por Dios; al fin y al cabo, si Dios es el máximo poder, la Omnipotencia, resulta lógico pensar que el poder que tiene el emperador no lo ha conseguido por sus exclusivos méritos, sino por la voluntad de Dios, pues «no hay autoridad sino bajo Dios; y las que hay, por Dios han sido establecidas» (Rom. XIII, 1-7), por eso, «adoro solamente al Dios verdadero y real, sabiendo que el emperador ha sido constituido por Él» (Teófilo de Antioquía, Ad Autolycum, II, 11)
Dado que es Dios el que concede el poder, cualquier resistencia al mismo es, en realidad, resistencia a la voluntad de Dios y por eso, «todos han de estar sometidos a las autoridades superiores» (Rom. XIII, 17) y aunque, «adoramos sólo a Dios»«os servimos a vosotros alegres en todo lo demás, reconociendo que sois reyes y príncipes de los hombres y rogando al mismo tiempo que, juntamente con el poder regio, recibáis inteligencia prudente» (Justino, Primera Apología, XVII). Ahora bien, los magistrados, los emperadores, son ministros de Dios para el bien, de manera que «el emperador no es Dios, sino un hombre constituido por Dios en su lugar» (Teófilo de Antioquía, Ad Autolycum, II, 11)  no para ser reverenciado, sino para que «ejerza juicio justo», « para que el Poder que de Ti les vino lo ejerzan en paz y con mansedumbre y penetrados de tu santo temor» (Clemente Romano a los Corintios, 60, 4; 61, 1-3). Por tanto, la dignidad imperial es un oficio, un ministerio que se ejerce al servicio de la justicia de Dios: Por eso, San Ambrosio, obispo de Milán, excomulgará en 390 al propio emperador Teodosio, en lo que constituye una de las más notorias y tempranas tensiones político-religiosas entre poder pontificio y poder laico, de tantas como menudearán a lo largo de la Edad Media, especialmente con los titulares del Sacro Imperio Romano-Germánico.

La Teoría de los Dos Poderes o de las Dos Espadas

La iglesia ortodoxa

Iglesia ortodoxa

Iglesia católica
apostólica ortodoxa
cruz ortodoxa

Fundador 12 Apóstoles1 y unificada por el Primer Concilio Ecuménico en Nicea presidido por el Emperador Constantino I
Deidad La Santísima Trinidad: Dios Padre, Jesucristo y Espíritu Santo
Líder Según la iglesia correspondiente
Tipo Cristianismo
Nombre y número de seguidores Ortodoxos
225-300 millones2 3
Texto sagrado Biblia
Lengua litúrgica Griego, eslavo eclesiástico, lenguas nacionales
Sede Según el patriarcado correspondiente
País con mayor № de ortodoxos Bandera de Rusia Rusia (más de 80 millones)4
La Iglesia católica apostólica ortodoxa5 es una comunidad cristiana, cuya antigüedad, tradicionalmente, se remonta a Jesús y a los doce apóstoles, a través de una sucesión apostólica nunca interrumpida. Es la segunda iglesia cristiana más numerosa del mundo después de la Iglesia católica apostólica romana. Cuenta con más de 225 millones de fieles en todo el mundo.2 3
La Iglesia ortodoxa se considera la heredera de todas las comunidades cristianas de la mitad oriental del Mediterráneo (esto lleva a ciertas tensiones con iglesias orientales unidas a Roma). Su doctrina teológica se estableció en una serie de concilios, de los cuales los más importantes son los primeros Siete Concilios, llamados "ecuménicos", que tuvieron lugar entre los siglos IV y VIII. Tras varios desencuentros y conflictos, la Iglesia católica ortodoxa y la Iglesia católica romana se separaron en el llamado "Cisma de Oriente y Occidente", el 16 de julio de 1054. El cristianismo ortodoxo se difundió por Europa Oriental gracias al prestigio del Imperio bizantino y a la labor de numerosos grupos misioneros.
La Iglesia ortodoxa está en realidad constituida por 15 iglesias autocéfalas que reconocen sólo el poder de su propia autoridad jerárquica (por ejemplo, del Patriarca de Alejandría, de Antioquía, de Constantinopla, etc.), pero mantienen entre sí comunión doctrinal y sacramental.

Distribución geográfica

     Países y regiones donde es mayoritario el cristianismo ortodoxo
En la actualidad, el cristianismo ortodoxo es la religión predominante en Bielorrusia, Bulgaria, Chipre, Georgia, Grecia, Moldavia, Montenegro, la República de Macedonia, Rusia, Rumania, Serbia y Ucrania.
Hay comunidades grandes en Kazajistán (44% de la población), Letonia (35%), Bosnia-Herzegovina (31%), Albania (20%),6 Kirguistán (20%), Estonia (16%),7 Líbano (10%),8 Uzbekistán (9%), Turkmenistán (9%), Siria (4,5%),9 Croacia (4,4%), Lituania (4,1%),10 Uganda (4%)11 y Cisjordania. Se encuentran también en Israel custodiando algunos de los Santos Lugares, especialmente en Jerusalén.
Debido a la emigración,12 existen también comunidades importantes en Alemania, Argentina,13 14 Australia,15 Canadá, Chile,16 Colombia, Cuba, España,17 Estados Unidos, Francia,18 Gran Bretaña, Italia, México,19 Paraguay, Perú y Venezuela. En Guatemala la comunidad ortodoxa de medio millón de fieles20 por su origen es vernácula.

Doctrina

El icono de "La Trinidad del Antiguo Testamento", pintura de Andréi Rubliov, comienzos del siglo XV.

Salvación

Según los cristianos ortodoxos, el hombre fue creado en perfecta comunión con Dios, pero se alejó de Dios por el pecado. La salvación de las torturas infernales después de la muerte y la adquisición de la vida eterna se realizó por Jesucristo tras su Encarnación y la unión en Él de dos naturalezas: una divina y la otra humana, caída por el pecado original. Esa unión llevó a la transformación de la naturaleza humana en el proceso de Su resurrección. O sea, al pasar ese proceso gracias a la parte divina, la parte humana recibió nuevas cualidades que no podía adquirir por sí misma. Desde entonces todo ser humano lleva ese potencial de transformación y obtención de la vida eterna que se revela, si cree que Jesucristo es el Salvador y sigue Su doctrina original expuesta en los trabajos de apóstoles, evangelistas y padres de la iglesia.21

La Trinidad

La doctrina de la Iglesia ortodoxa, con respecto a la Trinidad, se encuentra resumida en el Símbolo Niceno-Constantinopolitano. Los cristianos ortodoxos creen en un solo Dios, a la vez uno y trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo, de una sola naturaleza e indivisible. La Santísima Trinidad son tres personas distintas e inconfundibles, cada una de las cuales es una hipóstasis de la Trinidad,22 que comparte una misma esencia, increada, inmaterial y eterna. Al explicar la relación de Dios con su Creación, los teólogos distinguen la esencia eterna de Dios de sus "energías increadas", aunque se advierte que dicha distinción es artificial y no hay división posible en Dios. Tanto las energías como la esencia son, de forma inseparable, Dios. La distinción es usada por los teólogos para explicar cómo Dios puede ser al mismo tiempo trascendente (su "esencia" se mantiene fuera e infinitamente distante de su creación) e inmanente, interviniendo en su creación (sus "energías increadas" interactúan con su creación). Es también en sus energías como llegamos a distinguir las tres personas de la Trinidad.

Tradición

La Iglesia ortodoxa, según su tradición, se considera la continuación de la iglesia establecida por Jesús y sus apóstoles. La constancia e inmutabilidad de los dogmas de la doctrina cristiana original se consideran una de las virtudes principales de dicha iglesia. Se supone que cualquier cambio considerable de la doctrina se puede hacer sólo por medio de un Concilio Ecuménico, o sea de todo el mundo cristiano, una cosa no hecha en la Iglesia ortodoxa ya por muchos siglos desde el cisma con la Iglesia romana, la cual por su parte ha continuado convocando concilios ecuménicos, unida bajo la autoridad del Papa de Roma.
Al igual que la Iglesia católica romana, la Iglesia ortodoxa posee la autoridad de canonizar o beatificar. Cuando alguna de las iglesias ortodoxas autocéfalas engrosa su santoral, ella obligatoriamente avisa sobre eso a todas las demás iglesias hermanadas.
Tanto como la Iglesia católica romana, la Iglesia católica ortodoxa considera suya toda la historia de la iglesia precismática. Por eso, la mayoría de los santos católicos precismáticos occidentales siguen siendo santos de la Iglesia ortodoxa, por ejemplo, santa Mónica, san Lorenzo, san Hermenegildo, etc.

Jerarquía

El cabeza de la Iglesia en su totalidad se considera Jesucristo,23 mientras que los cabezas de las iglesias autocéfalas, los Patriarcas, se tratan como iguales, pero respetando el honor del Patriarca de Constantinopla de ser el "primus inter pares", el título que significa supremacía meramente simbólica. Esa igualdad diferencia la Iglesia católica ortodoxa, presidida por los Patriarcas, de la Iglesia católica romana, cuyo cabeza, el Papa, poseyó el título de primus inter pares antes del Gran Cisma.
La función principal del Primus Inter Pares, como líder simbólico honorífico del mundo cristiano, era presidir los concilios ecuménicos. Este cargo actualmente lo ocupa Bartolomé I.
Las sedes de los Patriarcas, por su mayor parte, se encuentran en las capitales de los países, cuyas iglesias ortodoxas nacionales ellos presiden. La sede del Patriarca Ecuménico se encuentra en Constantinopla, o sea Estambul, Turquía, en el barrio de Fanar.
La aparición, o sea independización legítima, canónica, de una nueva Iglesia ortodoxa es posible sólo con el reconocimiento de su autocefalía (el derecho de autogobernación) por todas las iglesias ortodoxas hermanadas (término usual no canónico ya que dogmáticamente se consideran partes de una sola iglesia establecida por Cristo). Las Iglesias no reconocidas al menos por una de las autocéfalas (o sea sin su patrocinio) no se consideran parte de la comunión de iglesias ortodoxas canónicas, herederas de la tradición apostólica y de la gracia de Dios, transmitida con una línea de los sacerdotes nunca interrumpida desde el día de Pentecostés. Uno de los ejemplos recientes de una secesión no autorizada y arbitraria es el caso de la Iglesia ortodoxa ucraniana del Patriarcado de Kiev.

Historia

Los padres del Primer Concilio Ecuménico (el año 325) con el texto del Credo.
Entre los siglos VIII y XI se produjo la definitiva maduración de la Iglesia ortodoxa griega en torno a la figura del patriarca de Constantinopla. Los otros patriarcados orientales reconocidos en el Concilio de Calcedonia del año 451 (Alejandría, Antioquía, Jerusalén), habían perdido importancia al ser sometidos sus territorios en el dominio islámico, y las relaciones con Roma eran lejanas, aunque todavía frecuentes, al estar situada esa ciudad, desde el punto de vista bizantino, en la periferia del mundo civilizado.
Cruz ortodoxa. El travesaño inclinado simboliza en su parte elevada al "Buen Ladrón" y en su parte baja al "Mal Ladrón".
El Papa parecía más atento a lo que ocurría en la nueva cristiandad occidental, aunque todavía, mientras duró el dominio imperial en el exarcado de Rávena, varios Papas fueron de origen griego o sirio. La mayoría de los Papas precismáticos considerados santos por la Iglesia católica romana también lo siguen siendo para la Iglesia ortodoxa, por ejemplo, Clemente I, Martín I, Agapito I, etc.
El episcopado oriental reconocía al obispo de Roma un primado de honor, pero entendía que las decisiones doctrinales y disciplinarias debían de ser tomadas por los Patriarcas conjuntamente o en un concilio general, ecuménico, y nunca abandonó lo esencial de esta postura, incompatible con el auge de la primacía romana y su evolución desde la segunda mitad del siglo VIII.
Roma, por su parte, no estaba dispuesta a aceptar la rivalidad imperial a que estaba sujeta la iglesia en el Imperio bizantino con su idea de "sinfonía" entre el poder del Emperador y el Patriarca; sólo entendiendo esta diversidad de puntos de vista, se pueden comprender las razones que acabaron separando a las dos iglesias, más, incluso, que sus divergencias dogmáticas y de uso litúrgico, aunque a través de ellas se manifestaban maneras distintas de entender la religiosidad: uso de lenguas diferentes, calendarios litúrgicos y, en parte, santoral específicos, sensibilidad especial respecto al culto a los iconos, cánones también diversos. Buen ejemplo de eso, son las actas del Concilio Quinisexto (año 692), que el Papa de Roma denegó aprobar, aunque sus legados en Constantinopla lo firmaron, pero que a la vez son "una de las bases esenciales del Derecho canónico bizantino" (Ducellier) en cuestiones importantes, tales como el celibato sacerdotal.
De hecho, los últimos Concilios Ecuménicos que se celebraron en Oriente y en los que estaban presentes los legados del Papa fueron los de Nicea en el año 787 y Constantinopla en el 869. Después se restañó la ruptura producida por el enfrentamiento entre el Patriarca constantinopolitano Focio y el Papa Nicolás I. En lo sucesivo, la Iglesia bizantina y las que se crearon a partir de ella se organizaron mediante sus propios concilios o sínodos.

Organización

Catedral de la Resurrección del Señor de la Iglesia ortodoxa albanesa en Korcha.
Catedral de la Resurrección del Señor de la Iglesia ortodoxa japonesa en Tokio.
Catedral Metropolitana de la Iglesia ortodoxa de Antioquía en São Paulo.

Iglesias autocéfalas

Existen catorce (o quince, según el estatuto que se reconozca a la Iglesia ortodoxa en América) iglesias ortodoxas autocéfalas,24 es decir, que poseen la capacidad de nombrar sus propios obispos (incluyendo el patriarca, arzobispo o metropolitano que encabeza la iglesia) y de resolver sus problemas internos sin acudir a ninguna autoridad superior. Aunque actúan de forma independiente, las iglesias autocéfalas se encuentran en comunión entre sí y forman la Iglesia "Una, Santa, Católica y Apostólica".
Las iglesias ortodoxas autocéfalas más antiguas son:
Las cuatro corresponden con cuatro de los cinco patriarcados primitivos (el patriarcado restante era el de Roma que se separó de los otros cuatro en 1054).
Actualmente las siguientes iglesias también tienen el rango de patriarcados:
Las siguientes iglesias están dirigidas por un arzobispo o por un metropolita.
Aunque en su nombre llevan un marcado carácter nacional, las iglesias ortodoxas no tienen índole nacionalista. Es decir, independientemente de su origen étnico o autoidentificación con una de esas iglesias los fieles pueden participar la vida parroquial de cualquiera de ellas gracias al estatus canónico común de las iglesias hermanadas, lo que se practica ampliamente por los emigrantes.

Iglesias autónomas

Otras iglesias con cierta autonomía en asuntos internos pero que forman parte de alguna de las iglesias antes citadas son:
  • Dependientes del Patriarcado ecuménico de Constantinopla:
  1. Iglesia ortodoxa finesa
  2. Iglesia ortodoxa estonia (su autonomía no es reconocida universalmente)
  3. Iglesia ortodoxa carpato-rutena americana25
  4. Iglesia ortodoxa ucraniana de los EE.UU.26
  5. Iglesia ortodoxa ucraniana del Canadá27
  • Dependientes del Patriarcado de Jerusalén:
  1. Iglesia ortodoxa de Monte Sinaí
  1. Iglesia ortodoxa rusa fuera de Rusia
  2. Iglesia ortodoxa letona
  3. Iglesia ortodoxa moldava
  4. Iglesia ortodoxa húngara Es la Iglesia ortodoxa más reducida, cuenta con unos 60.000 fieles.
  5. Iglesia ortodoxa japonesa (su autonomía no es reconocida por el Patriarca Ecuménico)
  6. Iglesia ortodoxa china (su autonomía no es reconocida por el Patriarca Ecuménico)
  7. Iglesia ortodoxa ucraniana (su autonomía no es reconocida universalmente)
  • Dependientes del Patriarcado de Bucarest:
  1. Iglesia metropolitana de Besarabia (canónica, pero su legitimidad no es reconocida universalmente)

Iglesias no canónicas

Existe un gran relativo número de iglesias de denominación ortodoxa autoproclamadas, que no están en comunión con el Patriarcado de Constantinopla, o con los demás patriarcados, ni con cualquier Iglesia ortodoxa en comunión con aquellos, y que no son reconocidas como tales Iglesias en materia de sacramentos y comunión. Dichas iglesias pueden poseer o no una relativa aceptación formal por la Iglesia católica romana y/o por algunas de las iglesias reformadas o protestantes. Son iglesias, por su mayor parte, de un marcado carácter nacionalista, que han surgido del intento de secesión de su iglesia originaria. Entre tales se destacan (por nacionalidad y cronología):